Shakespeare y los androides

En la película de Ridley Scott Blade Runner, el androide Roy, interpretado por Rutger Hauer, dice poco antes de morir:

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.


Es una frase justamente célebre, que nos permite entender la furia de los androides, creados con un tiempo de vida limitado, en el caso de los Nexus 6, como Roy, tan sólo cuatro años. Un tiempo de vida comparado con el cual el nuestro es casi la eternidad. Y, a pesar de ello, podemos sentir algo parecido, ya que, como decía Marco Aurelio: «El momento de la muerte siempre llega pronto».

La frase final de Roy, acerca de cómo todo lo que su cerebro alberga se diluirá en la nada cómo lágrimas en la lluvia, se le ocurrió al propio Rutger Hauer, pues no estaba ni en la novela de Philip K.Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) ni en el guión de la película, aunque si la parte inicial del monólogo, que posiblemente fue inspirada por el poema de Arthur Rimbaud El barco ebrio, en el que es el propio barco quien nos habla:

He visto fermentar las enormes lagunas
en cuyas espadañas se pudre un Leviatán
y he visto, con bonanza, desplomándose algunas
cataratas remotas que a los abismos van…

O bien:

He visto las resacas, la tormenta sonora,
las corrientes, las mangas -y de todo sé el nombre-;
cual vuelo de palomas a la exaltada aurora,
y alguna vez he visto lo que cree ver el hombre.

Yo he visto al sol manchado de místicos horrores,
alumbrando cuajados violáceos sedimentos.
Cual en dramas remotos los reflujos actores
lanzaban en un vuelo sus estremecimientos.

(lee el poema completo aquí)

Pero el monólogo tiene también un eco shakesperiano evidente (el propio Rimbaud fue influido por el dramaturgo inglés) y recuerda en su conclusión final, la que añadió Hauer, a un célebre pasaje de La tempestad, en el que Shakespeare nos habla con tres voces: la del actor que interpreta a Próspero y describe la tramoya de una obra de teatro, capaz de crear una magia que fascina a los espectadores; la del propio Próspero que se refiere a ese mundo que ha creado con su poderes de mago, como los dos siervos angelical y diabólico (Ariel y Calibán); y la del propio Shakespeare que nos habla de la fugacidad de la vida, de esta obra de teatro en la que todos somos actores (como Shakespeare mismo nos recuerda en otra ocasión):

PRÓSPERO
Te veo preocupado, hijo mío,
y como abatido. Recobra el ánimo.
Nuestra fiesta ha terminado. Los actores,
como ya te dije, eran espíritus
y se han disuelto en aire, en aire leve,
y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía,
las torres con sus nubes, los regios palacios,
los templos solemnes, el inmenso mundo
y cuantos lo hereden, todo se disipará
e, igual que se ha esfumado mi etérea función,
no quedará ni polvo. Somos de la misma
sustancia que los sueños, y nuestra breve vida
culmina en un dormir.

En mi opinión, Hauer se inspiró, tal vez sin saberlo, en ese pasaje de La tempestad o en otros semejantes de El rey Lear. Lo creo así porque la madre y el padre de Hauer eran actores especializados en Shakespeare, a los que él debió ver ensayar y actuar a menudo, declamando todas las hermosas ideas de William Shakespeare.