
Comienza aquí un ensayo acerca de la relación entre el cine y la narración audiovisual y los prejuicios. Quiero mostrar que los guionistas no sólo son víctimas de los prejuicios en su trabajo, pero también que pueden emplear los prejuicios de los espectadores para hacer más interesantes sus historias.
El problema de los prejuicios es que casi nunca nos damos cuenta de que los tenemos.
Aunque las demás personas tienen la desagradable costumbre de creer que nuestras ideas se deben a diversos prejuicios, nosotros vivimos felices y satisfechos con nuestra manera de pensar, que, por supuesto, no consideramos prejuiciosa.
Cuando examinamos nuestro comportamiento, siempre llegamos a la conclusión de que teníamos buenas razones para hacer lo que hemos hecho y que hemos actuado de manera racional, o al menos razonable. Por el contrario, cuando examinamos lo que hacen los demás, nos parece que sus acciones no han sido tan racionales, que les ha influido una campaña publicitaria o ideológica, que no reflexionaron con claridad antes de actuar, o que sus prejuicios les impidieron actuar de otra manera. A menudo concluimos que el problema de los demás es que carecen de personalidad y pensamiento propio, que les influye su ideología, o algo que les sucedió en la infancia, o cualquier otra estupenda explicación. Eso sí, cuando hacen lo que nosotros pensamos que deben hacer, entonces sus acciones nos parecen bastante racionales y razonables.
Los prejuicios para el espectador de cine y para el guionista también están ahí, aunque no nos demos cuenta. Nacen de manera inadvertida: son códigos que hemos aprendido e interiorizado sin darnos cuenta, pero que pueden lograr que una película, incluso antes de verla, nos guste o no.
Si nos gusta un cierto tipo de cine o una película determinada, creemos que nos gusta porque porque tenemos opinión y criterio propios. Pero cuando son los demás los que prefieren un tipo de cine que nos disgusta, eso se debe a que siguen modas o prejuicios, o simplemente a que tienen mal gusto.
En definitiva, tenemos dos varas de medir, según se trate de nuestros gustos o de los ajenos. Nos encanta creer que nuestros gustos nacen de nuestra voluntad y libre albedrío, pero que no sucede lo mismo con esa numerosa entidad que denominamos «los demás».
La realidad. lamentablemente es que estamos tan condicionados como los demás por nuestra época, nuestra ideología, nuestra familia, las diversas modas y tendencias. Además de por un montón de prejuicios de los que no somos conscientes.
Veamos algunos ejemplos sencillos de prejuicios o códigos que hemos aprendido casi sin darnos cuenta y que se relacionan con los cambios en el lenguaje cinematográfico. Mi intención, en esta primera aproximación al asunto, es mostrar que la supuesta apreciación espontánea y «desprejuiciada» del espectador de cine cambia inevitablemente con el tiempo.
La evolución del lenguaje cinematográfico
Pensemos en el cine mudo.

Hoy en día, a la mayoría de la gente el cine mudo le aburre. Hay que estar muy interesado en el cine y su historia para desear ver películas mudas. Si se reestrenase hoy una antigua película muda, sería difícil que llenara los cines. La inmensa mayoría de los espectadores actuales considera que las películas mudas son lentas y aburridas, que han sido «superadas», como se decía en los años 60.
Sin embargo, no era eso lo que sentían los espectadores que en la época del cine mudo asistían entusiasmados a los estrenos de esas películas. ¿Qué ha cambiado? ¿Las películas mudas?
Por supuesto que no, lo que ha cambiado es el gusto de los espectadores, que se han acostumbrado a otro tipo de narración, sin ni siquiera ser conscientes de ello.
Continúa en ¿Un cine de masas aburrido?
30 de marzo de 2021, y 2025
