«No se hizo el guión para las normas, sino las normas para el guión»

Paradoja nº1: LA PRIMERA NORMA ES QUE NO EXISTEN NORMAS

| Las 42 paradojas del guionista, 1
Robert McKee mira atentamente a su doble cinematográfico, el actor Brian Cox (Adaptation, guión de Charlie Kaufman, dirección de Spike Jonze)

Robert McKee, que es uno de los teóricos más conocidos en el mundo del guión, dice que no se deben dar normas. Sin embargo, en su libro y en sus conferencias cualquier persona se lleva la impresión de que McKee ofrece una y otra vez normas, de una manera decidida e incluso dogmática.

McKee, en efecto, no parece dejar lugar a la duda, a la excepción, y tan solo en ciertas ocasiones nos ofrece una clasificación sencilla (y quizá simplista) para que elijamos. Así, por ejemplo, nos permite elegir el género, pero después nos advierte de que debemos ajustarnos a las reglas del género que hemos elegido. Si alguien protesta y dice que no quiere escribir dentro de un género, McKee responde que esa persona está escribiendo en el género del «antigénero». Si tampoco nos ajustamos a su clasificación de tipos de tramas, entonces, dice McKee, es porque estamos escribiendo en «antitrama», que es una de las tres grandes posibles tramas: arquitrama, minitrama, antitrama.

En la película  Adaptation, dirigida por Spike Jonze, los protagonistas de la película son el propio guionista de la película, Charlie Kaufman, y su hermano gemelo Donald (ambos interpretados por Nicholas Cage). Charlie representan al guionista insobornable, mientras que Donald es el que se vende o se adapta al mundo comercial de Hollywood (esas es una de las razones del título Adaptation).

En esta escena puedes ver el truco que McKee emplea para negar que él ofrezca, al estilo de su rival Syd Field, normas:

McKee, en consecuencia, ofrece «principios», «cosas que siempre han funcionado». Podría ser interesante una incursión en el significado del concepto «principios», desde Aristóteles a Descartes, pues los principios son aquello que no necesita ser demostrado, lo que no se puede obtener de otra manera que por fe o asentimiento, es decir, que los principios son lo más cercano a un dogma o a una norma. Le ahorro a los lectores esa digresión etimológica o filosófica, pero creo que McKee debería haber elegido otra palabra para mostrarse antinormativo, por ejemplo: «herramientas», «técnicas», «trucos» o «estrategias».

Por otra parte, la paradoja de la norma antinormativa de McKee siempre me recuerda aquella orden paradójica de la que habla el psicólogo Paul Watzlawicz, cuando el terapeuta le dice a su paciente: «¡Sé espontáneo!»: si el paciente se muestra inmediatamente espontáneo estará siguiendo una orden nada espontánea.

En Las paradojas del guionista  también apliqué a la norma antinormativa de McKee aquello que dijo Aristóteles: «Para sostener que no hay que filosofar hay también hay que filosofar». Porque quienes dicen que no hay que filosofar también filosofan a su manera, a su torpe manera.

El juego de McKee consiste, sin embargo y como ya hemos visto, en atacar las normas y recomendar los principios:

«Las normas dicen: «Se debe hacer de esta manera». Sin embargo, los principios se limitan a decir: «Esto funciona… y ha funcionado desde que se recuerda». La diferencia resulta crucial… Quienes cumplen las normas son los escritores ansiosos e inexpertos. Los escritores rebeldes y sin formación las incumplen. Los artistas son los maestros de la forma». (McKee, El guión)

Ahora bien, el fallo de la justificación de los «principios» de McKee no reside tan solo en cambiar de manera caprichosa el nombre a las «normas», sino sobre todo en la manera en la que McKee expone sus principios. Como dijo aquel francés: «Es el tono, amigos, es el tono». Ante el discurso dogmático y sin fisuras que emplea McKee en sus libros y conferencias, queda poco espacio para la excepción, para el matiz, para disentir, ¿Cómo vas a discutir principios «que siempre han funcionado» y que se proclaman a voz en grito?

Pero, detengámonos en la cita anterior de McKee, porque esconde otra falacia: las herramientas o técnicas que empleamos los guionistas no funcionan en cualquier situación, como parece darse a entender cuando habla de los «principios». No porque emplees un principio que ha funcionado desde que se recuerda vas a lograr escribir algo digno de recordar.

Porque esos principios, que también podemos llamar técnicas o herramientas narrativas, son en realidad muy diversos, casi infinitos, y los guionistas o narradores siempre tendremos que elegir entre ellos: hoy empleas una técnica, y no otra, porque es la que mejor te sirve para lo que quieres contar, pero en otras circunstancias, ante otro guión, podrías emplear la técnica contraria o recurrir a la excepción en vez de a la norma. Como diría Jesucristo: «No se hizo el guión para las normas, sino las normas para el guión». En cada situación, ante cada nuevo guión, cuento o novela, es el narrador quien tiene que decidir que técnica o truco narrativo le resulta más útil para provocar el efecto que le interesa provocar en los espectadores o lectores.

En definitiva, no existe una fórmula mágica para saber qué principio o herramienta debo emplear, porque en ciertas circunstancias a lo mejor me conviene crear un poco de suspense, mientras que en otra ocasión será más efectiva una sorpresa. Incluso a veces resulta difícil decidir en una escena qué truco o herramienta emplear, porque las dos o tres que tenemos a mano pueden ofrecernos un buen resultado.