La ilusión perfecta

Stendhal llamaba ilusión perfecta a aquellos momentos en los que el espectador de una obra de teatro cree por un instante que está viendo la vida misma, en vez de una ficción. Esos instantes de ilusión perfecta, nos dice Stendhal, no se producen en los momentos más emocionantes de la obra, sino más bien, al contrario, en momentos aparentemente tranquilos, sin significado, sin un propósito claro, que no cumplen una función definida en la construcción narrativa.

Los momentos de ilusión perfecta suelen tener relación con la ruptura del mecanismo de causa y efecto y de las acciones que sirven para anticipar algo que va a suceder después. Cuando el espectador siente que lo que está viendo no sirve para algo que va a venir después, sino que existe por sí mismo, al margen de la construcción del relato, entonces puede tener un momento de revelación, como si estuviera viendo la vida misma y no una ficción.

Esta idea nos advierte de lo importante que es no caer en automatismos narrativos, en estructuras en las que todo está colocado ahí porque cumple una función o sirve para algo. A veces hay que simplemente mostrar algo, sin más pretensiones. Muchas de las mejores escenas, en especial en el cine de los años 60 y 70 no cumplen una función clara en la trama o la estructura, pero trasmiten una sensación de verdad, de que aquello que estamos viendo existe más allá de la pantalla.

A esta técnica, porque también es una técnica a pesar de parecer tan real, también se la llama acausalidad o hecceidad («lo esto»). La usaban mucho David Chase y sus guionistas en Los Soprano.

Publicado el 18 de marzo de 2023

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